A.S. Neill
Para hablar de A.S. Neill, de lo que piensa, de lo que hizo, de lo que fue, es necesario hablar de Summerhill. Pues esta escuela fundada en 1921, situada en la aldea de Leiston (en Suffolk, Inglaterra, a unos kilómetros de Londres), la materialización de lo que Neill pensaba sobre la educación, y como ésta debía ser. Neill (1883-1973), fundador de la mítica escuela Summerhill, es el ejemplo vivo de la educación libertaria o como Ferrer le llamó, “Escuela Moderna”. Además podríamos ubicarlo entre los no-directivos de los cuales, critican el autoritarismo en la educación, y entre aquellos que hacen análisis más amplios.
Los noventa años que vivió y ciertamente los cincuenta años que experimentó en Summerhill, le dieron a Neill la consistencia para proveer de fuerza y convicción su experiencia de libertad. La libertad ha sido siempre la principal característica de Summerhill, que por lo demás se ha convertido en el hilo conductor de esta escuela, la cual ha llevado a las más vastas experiencias, dejando atrás las jerarquías, los abusos de poder y los militarismos con los que generalmente se adoctrinan a los niños en las escuelas que el E$tado promueve.
La educación que la sociedad da a los niños es el resultado de un complejo sistema de competencias, que se encuentra fundamentada en la economía capitalista. Este tipo de educación se sustenta en la segregación de ricos y pobres. Así el niño que egresa de una escuela industrial se le ha enseñado a obedecer y respetar lo que dice la autoridad competente y el que egresa de una escuela privada se el enseña a mandar. Para Neill la educación en un sistema capitalista, jamás podrá ser reformada, pues “cualquiera reforma no será más que una componenda en que la clase será el factor limitante”. Mientras el sistema capitalista no sea eliminado, poco o nada podrá hacerse, ya que “la educación es sustituida por la enseñanza y los niños pasan diez o más años aprendiendo cosas que no tienen una importancia positiva”.
La labor de sumisión de los niños es realizada, según Neill, por medio del autoritarismo y la represión. Así, el niño se adapta a una sociedad neurótica, demente y enferma (las razones de ella hay que buscarlas en la familia sin libertad), donde la disciplina impuesta por los padres (“obedéceme o te castigo”) y la escuela (“la camisa del uniforme dentro del pantalón”), no hace más que los niños crezcan y se desarrollen de manera esclavizante y obediente sin saber por qué. La represión de la vida sexual de los niños es otro de los instrumentos que utilizan y que se promueve para crear características que sirven para el apoyo de la esclavitud política, ideológica y económica.
“En la perrera o en la guardería, tanto perros como los humanos deben mantenerse limpios, sin ladrar en demasía, obedecer sin demora al silbato, así como tomar alimentos cuando así se lo indiquen. Somos muchos los testigos de cómo cien mil perros meneaban complacidos el rabo en Templehof, Berlín, cuando en 1935 Hitler, el gran domador, silbaba sus órdenes. El fascismo empezó y empieza en la guardería con la primera interferencia en la naturaleza del niño”.
Dos son los agentes que involucran a los pequeños con el sistema limitante de la libre experiencia: la familia y la escuela. Neill se refiere a la familia como un mini gobierno, tiene un gobernador que dispone del tiempo y de la voluntad para servir los propósitos que él estima conveniente para todos los demás, existe obediencia y leyes que determinan el status de cada uno de los miembros del hogar. “Como la escuela, los hogares tienden a producir ciudadanos sumisos”. Los padres educan a los niños de acuerdo a sus propios valores, de esta manera, se impone la religión, el partido político, la moral y las absurdas creencias. Los niños son criados para que después prohíban a sus hijos igual que sus padres lo hicieron con ellos.
El segundo agente mediador (la escuela) es, según Neill, la prolongación de la familia y tiene como objetivo producir seres compatibles con el sistema dominante, que no admite diferencias (es por ello que se les uniforma, se les obliga a entrar en fila a la clase y se les jerarquiza de acuerdo a las calificaciones), no admite críticas ni menos libertad. El carácter del niño, que moldeado y reprimido en la familia, lo seguirá siendo en la escuela.
La escuela es el espejo de las represiones que se fustigan en la familia, sólo que a mayor escala. “En la escuela tenemos los sustitutos: al padre, a la madre, a los hermanos, a los hermanos, a las hermanas, disciplina y obediencia. El resultado, para la psicología del maestro, es aterrador. Se transforma en padre y ejerce su control sobre un hogar de cuarenta y tantos hijos; su palabra es ley...”.
Ante esta situación Neill responde con Summerhill, una escuela con hondos principios libertarios, donde la naturaleza del niño y la libertad son los pilares fundamentales del óptimo desarrollo del niño. La naturaleza de los seres humanos es intrínsecamente buena y por lo tanto, en palabras de Neill, “el niño es innatamente sano y realista, el niño no es malo”.
Para que no exista ninguna desviación en esta bondad intrínseca del niño, es necesario que los adultos no se inmiscuyan en el desarrollo del niño, pues se le estará imponiendo su verdad, una forma de comportamiento y de vida, sólo en completa libertad el niño será capaz de desarrollarse. Lo que da problemas al niño no es la naturaleza, sino que la influencia adulta.
El pensamiento de Neill se encuentra materializado en Summerhill, la cual se caracteriza por la libertad. Para Neill, la libertad es hacer lo que se quiera mientras no se invada la libertad de los demás. Educar a un niño y dejarle hacer “lo que se le dé la gana” es educar a un tirano; no darle libertad es tiranizarlo. El niño tiene que gozar de libertad para desarrollarse a su modo y en su tiempo. Lo que le interesa a Neill, por encima de todo, es la libertad interior, la libertad individual. “En un sentido más profundo, nosotros procuramos que los niños aprendan a ser libres en su interior, libres de todo miedo, de toda hipocresía, del odio, de la intolerancia”. Darle libertad a un niño significa no enseñarle religión, política o conciencia de clase.
Para Neill obligar a un niño a que tome determinados valores es convertir a los pequeños en adultos, es volver a repetir los mismos errores, es en definitiva, una maldición. “ La misión de la enseñanza es estimular el pensamiento, no inculcar doctrinas”. Nadie es lo bastante bueno o malo para servir de modelo a los demás. Neill se opone rotundamente a la enseñanza intelectual, es decir, aquella enseñanza donde el profesor moldea a los niños diciéndoles que cual o tal autor es lo suficientemente bueno, ya que parte de la educación es que el niño, con su propio interés, sea capaz de darse cuenta de esto por sí mismo.
La enseñanza del cristianismo es, para Neill, una máquina de crear complejos y angustias en los niños. Es crear seres neuróticos, pues se menosprecia los deseos naturales a cambio del alma. “La enseñanza del cristianismo para que los niños sean buenos es una estupidez supersticiosa; por el contrario, los inhibe y convierte sus buenos impulsos en impulsos malos, se transforma su amor natural en miedo, y en odio, posiblemente lo peor de todo: hace de ellos unos perfectos hipócritas presumidos”.
El objetivo de la educación es la de capacitar a la gente para una vida plena, armónica y feliz. Para Neill, el objetivo de Summerhil, es otorgar a los niños valentía, felicidad y bondad, para que no sean blanco fácil de un sistema inhumano, militar y demagógico. Como se puede apreciar, para Neill, la educación va mucho más allá de la escolaridad. La educación se debe acentuar en las emociones más que en la inteligencia. El plan de estudios de esta educación, en Summerhil, se fundamenta en: Libertad fundamental en la escuela, libertad para explorar el mundo, para jugar, para ser feliz, libertad para vivir. Por lo tanto, los maestros están “obligados” a ser uno más en el aula, dejar de ser el oficial de turno y pasar a ser un alumno más. Para Neill, ni el odio ni el castigo curan y sólo la libertad es capaz de dar felicidad. “¿Cómo puede darse la felicidad? Mi respuesta personal es: Abolid la autoridad. Dejad que el niño sea el mismo. No lo empujéis. No le enseñéis. No le sermoneéis. No lo elevéis. No lo obliguéis a hacer nada. Quizá no sea vuestra respuesta. Pero si rechazáis la mía es de vuestra incumbencia encontrar otra mejor”.